8 de septiembre de 2016

A propósito de la “renovación”


Alma, a quien todo un dios prissión ha sido,
venas, que humor a tanto fuego han dado,
medulas, que han gloriosamente ardido;
su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Francisco de Quevedo
Como ocurriera a partir de 1983, cuando el peronismo perdió por primera vez una elección presidencial, la derrota electoral del año pasado ha generado en las filas de los perdedores la invocación a una palabra que tiene un poder casi cabalístico en la política: la renovación.
La palabra despierta significaciones múltiples y polisémicas en los distintos niveles de la dirigencia peronista que van desde la incorporación en primer plano de rostros más jóvenes y menos traqueteados en los medios de comunicación, apelando a lo que Perón llamara “el trasvasamiento generacional”, hasta el replanteo de concepciones estratégicas que, por su supuesta rigidez frente al liberalismo económico y los sectores concentrados del poder económico, habrían sido causales del revés en los comicios.
Esto se hizo evidente en el acto de homenaje al triunfo electoral del doctor Antonio Cafiero como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, en 1987. La idea de aquella Renovación, que tuvo en Cafiero su expresión más nítida, surgió como antecedente al cual apelar en la actual coyuntura.
En otra parte he publicado mi opinión sobre la personalidad de Antonio Cafiero 1, de donde extraigo la siguiente cita:
El ‘reformismo’ justicialista que Cafiero expresó y por el que recibió fuertes críticas de sectores autodenominados ortodoxos, nunca tuvo, ni en las palabras, ni en los hechos, el carácter de cínica aceptación del status quo vigente y de resignación a la hegemonía imperialista que adquirió la política de gobierno de quien lo derrotase en las internas de 1988. Y cualquier intento ucrónico de suponer su eventual gobierno no es más que un ejercicio de la imaginación.
Su papel, en defensa del gobierno constitucional, durante los sucesos del levantamiento carapintada, siendo presidente del Partido Justicialista, enfrentado políticamente con el gobierno de Ricardo Alfonsín, muestran la diferencia que siempre existió entre el peronismo y los partidos liberales, de izquierda o derecha. No vaciló en concurrir a la Casa Rosada y manifestar con su presencia la solidaridad peronista con un gobierno constitucional amenazado. No fue, en esa oportunidad, un dirigente “de la democracia”, como si fuera una excepción a una regla. Fue un peronista experimentado en sufrir la cárcel y la persecución en cada momento en que la voluntad popular fue pisoteada por el despotismo oligárquico”.
Dicho esto, creo necesario traer a la memoria la suma de elementos que jugaban en aquellas jornadas, hoy tan lejanas. Para ubicarnos de alguna manera en el significado del tiempo transcurrido es necesario puntualizar que los años que hoy nos separan de aquellas jornadas (30 años) son más o menos los mismos que separaban a quienes votamos la fórmula Cámpora-Solano Lima o Perón-Perón en 1973 de la jornada del 17 de octubre de 1945. El país, América Latina y el mundo de la década del 80 eran distintos al de 2016. Y el gobierno con el cual tenía que enfrentarse el peronismo en aquellos años, pese a la presencia del radicalismo en el actual gobierno, era también de naturaleza muy distinta. Y ello obliga a pasar revista a las diversas fuerzas en juego en los años ‘80.
La Renovación Cafierista
El Partido Justicialista resultante de la derrota de 1983 había perdido la amplia representatividad social y política que caracterizara al peronismo. Una dirigencia cerrada sobre sí misma, heredada en gran parte de los oscuros años de la dictadura cívico militar, no había comprendido, a mi entender, el profundo hastío de los amplios sectores populares -clase obrera, empleados, desocupados, pequeños y medianos empresarios- que el despotismo le había producido. Aún cuando en su seno pugnaban fuerzas y tradiciones leales al mandato histórico, tanto en el movimiento obrero como en las estructuras políticas, Herminio Iglesias había logrado convertir su nombre y su estilo en síntesis de los peores excesos burocráticos y autoritarios, lo que era sentido por los sectores populares como una manifestación de tendencias no democráticas.
La “democracia” y el discurso formalmente democratizador habían ganado a amplísimas mayorías populares, en un operativo mediático que centraba toda la crítica al Proceso en sus brutales crímenes contra los Derechos Humanos, incluyendo arteramente en ello la gesta de Malvinas, e ignoraba la política económica liberal de saqueo, endeudamiento, desnacionalización y empobrecimiento conducida por Alfredo Martínez de Hoz y los hermanos Roberto y Juan Aleman. A ello debe sumarse el permanente intento del presidente Raúl Alfonsín de destruir el movimiento obrero y sus organizaciones sindicales, que tuvieron en la llamada Ley Mucci su expresión más corrosiva. El espíritu de la época -es decir, los grandes medios, el imperialismo y las universidades- ofrecía como panacea a las llagas de la dictadura oligárquica el bálsamo de una suerte de socialdemocracia -con base en la clase media urbana y agraria, a diferencia de su original europeo- que pusiese fin al militarismo, al sindicalismo peronista y, llegado el caso, al régimen presidencialista, supuestas taras de nuestro desarrollo político. El régimen español post franquista, con su pacto de la Moncloa y sus héroes Adolfo Suárez y Felipe González, se presentaba como el mecanismo capaz de terminar no sólo con los resabios de la dictadura, sino con esa excrecencia fascistoide periférica, llamada peronismo, que impedía la vigencia de una sana democracia y de la Constitución Nacional de 1853. El ministro de Relaciones Exteriores de Alfonsín, el hasta ese momento ignoto licenciado Dante Caputo, sostenía ante los socios de la UIA:
El peronismo (provocó una) enorme confusión… sobre el sistema económico argentino. El estilo político que impuso el peronismo, su estilo demagógico, su estilo autoritario, creó un límite muy claro al desarrollo económico de este país”.
EE.UU. había decidido reemplazar los gobiernos militares, con los que había impuesto su talón de hierro sobre la región, por una democracia condicionada -”democracia colonial” fue la caracterización que le dio la Izquierda Nacional-, sin censura cinematográfica, con divorcio -reivindicaciones obviamente legítimas-, pero sin soberanía nacional ni independencia económica. En 1985, el pueblo del Brasil elige por primera vez a un presidente, desde 1961, Tancredo Neves, a quien su repentino fallecimiento le impidiría asumir. Unos años antes, en 1980, el Perú ya había salido del régimen militar, mientras que, recién en 1989, el Paraguay lograría derrocar al dictador Alfredo Stroessner.
En ese marco local e internacional, en esa atmósfera política, se planteó la Renovación Peronista.
La misma consistió en generar una estructura política peronista al margen de la dirección enquistada en el Partido Justicialista. Cafiero convocó a reorganizar el peronismo con figuras de todo el país a las que el PJ había congelado en sus aspiraciones. Se trataba en general de hombres y mujeres dirigentes surgidos durante los últimos años de la dictadura cívico militar, muchos de ellos de una o dos generaciones posteriores y que asumían el juego democrático como el único posible en las nuevas condiciones del país y del estado de conciencia de las grandes mayorías. La convocatoria no dejaba de tener sus riesgos, puesto que existía una cantidad de dirigentes, en general más jóvenes que el propio Cafiero, que planteaban una revisión general de los elementos doctrinarios del peronismo, asumiendo una posición en la que los pujos democratistas diluían el contenido transformador de sus tres banderas históricas. Para muchos de estos nuevos dirigentes, ahora llamados “renovadores”, el papel que el peronismo histórico había asignado al movimiento obrero sindical era severamente cuestionado, así como el papel asignado a las FF.AA. durante el decenio peronista y la función decisiva del Estado en la actividad económica. Estas opiniones no eran, necesario es decirlo, las de Antonio Cafiero, un hombre que estuvo en la Plaza el 17 de Octubre de 1945, y cuya formación y convicciones en materia económica eran las de un peronista “histórico”, ni las de miles de dirigentes y militantes territoriales, sobre todo de la Provincia de Buenos Aires, que encontraron en esta convocatoria la posibilidad de recuperar el voto peronista. Pero la invectiva de “socialdemócrata” sobrevoló permanentemente a la Renovación debido, sobre todo, a dirigentes que acompañaban a Cafiero. Carlos Grosso, Jose Manuel de la Sota, Eduardo Vaca, Julio Bárbaro, Eduardo Amadeo, entre otros, expresaban una crítica a la “ortodoxia” peronista y una declarativa modernidad -muy influída por los textos de Alvin Toffler, un gurú yanqui de la época- que los acercaba peligrosamente a la visión alfonsinista. El caso de Carlos Menem fue casi singular, ya que, si bien formó parte de la Renovación y logró derrotar a la UCR en su provincia, en las elecciones a diputados de 1985, siempre expresó un matiz diferenciado del de los dirigentes bonaerenses o porteños, influído, quizás, por el caudillo catamarqueño don Vicente Saadi.
Aquella Renovación, de la que estuve muy cerca ya que colaboré en la campaña a diputado del FREJUDEPA de Antonio Cafiero en la provincia de Buenos Aires, produjo un debate político muy rico, con muchos matices, e involucró a figuras del peronismo de larga experiencia política, junto a representantes de nuevas generaciones a las que el Proceso había impedido salir a la luz pública. Antonio Cafiero tenía, en 1985, 63 años, y muchos de quienes lo acompañaban andaban por los 50.
Y mientras el proyecto renovador del justicialismo adquiría fuerza y volumen para enfrentar al alfonsinismo, del cual se delimitó claramente, la CGT, conducida por Saúl Ubaldini, se hacía cargo de la dura lucha por el trabajo, el salario, el nivel de vida de la clase obrera y las reinvindicaciones de los sectores excluídos. Las movilizaciones callejeras convocadas por Ubaldini fueron el núcleo de la resistencia social a los distintos experimentos alfonsinistas en materia económica.
¿Es aquella renovación lo que necesita hoy el peronismo?
Hoy la situación del peronismo, del país y del mundo es muy diferente a entonces.
El frente nacional -y el peronismo, por ende- ha perdido una elección después de 12 años de exitosos gobiernos que lograron sacar al país del marasmo y la desintegración que vivía en el 2001, que desplegaron -con todas las limitaciones que se quiera, pero de manera harto evidente- las banderas históricas de Soberanía Política, Independencia Económica, Justicia Social e Integración Continental, que reconstruyeron el tejido social argentino y elevaron el nivel de vida del conjunto de la sociedad, sobre todo de los sectores más humildes y de las provincias más castigadas por el neoliberalismo.
Los errores que, sin duda, se cometieron desde el poder no fueron muy distintos a los que cometió el peronismo en los años previos a su derrocamiento en 1955, con la diferencia de que no hubo el enfrentamiento con la Iglesia que, en aquellos años, debilitó al movimiento nacional. Por el contrario, Cristina Fernández de Kirchner supo ver con mirada estratégica la extraordinaria significación de la elección del Papa Francisco y suavizó todas las rispideces que la política local hubiera generado, acertada o erróneamente, con el entonces Cardenal Bergoglio.
Durante todos esos años, convivieron en el peronismo y en el Frente para la Victoria distintos puntos de vista, en algunos casos muy disímiles, que, sin embargo, concurrían al sostenimiento de un gobierno definidamente peronista, en sus valores y programa.
Se sabe que el peronismo nació desde el poder político del Estado y se reconstruye y ordena desde ese mismo poder político. Y se sabe también que encierra en su historia y doctrina políticas los instrumentos conceptuales y operativos que lo condenan a ser una alternativa “asistémica” a los partidos tradicionales. Es el único movimiento político con arraigo en las grandes masas que tiene una concepción del país enfrentada al sistema agroexportador, financiero y de sometimiento internacional que expresan el PRO, la UCR y sus socios menores, es decir la Unión Democrática que ha logrado ganar una elección presidencial.
La presente invocación a la Renovación de la década del 80 tiene, en mi humilde opinión, más de márketing que de contenido político concreto. Refleja, por lo menos en las apelaciones públicas que a ella se han hecho, una lucha por posicionarse ante las próximas elecciones parlamentarias y una pugna en la que la edad de los dirigentes adquiere más importancia que sus puntos de vista sobre el país, su economía y su política.
Como sostiene Renato Meari, en un artículo aparecido días atrás en Página 12: Antonio jamás imaginó escenarios de descarte, etapas en las que tal o cual dirigente, o referente político, no podía concurrir o integrar un colectivo de renovación política. Era un hombre que, por el contrario, precisaba de los disensos incluso dentro de su propio gobierno provincial, porque los imaginaba como espacios para escuchar nuevos aportes, impresiones y reflexiones que conformaran un escenario de diferencias donde instalar un pensamiento para la transformación” 2.
Los diversos agrupamientos, que la prensa regiminosa amplía  y distorsiona, no terminan de expresar, porque sus contenidos políticos no son claros y explícitos, la necesidad del pueblo argentino de reencontrarse con el instrumento político que le “pare la mano” a la desvergonzada y fracasada política económica que los torpes CEOs le dictan al más torpe presidente Macri. Faltan precisiones políticas, del tipo a las que enunció la Declaración de Formosa, para dar un ejemplo, faltan definiciones claras, que no tienen porque ser rupturistas o provocativas, frente a la política oficial en curso y sobran resquemores, silencios y enconos hacia los dos últimos presidentes peronistas.
La cita al clásico soneto de Quevedo, al iniciar estas líneas que ya se han extendido demasiado, pretenden reflejar el espíritu con el que, creo, debemos lanzarnos a los nuevos combates cuya formación ya estamos viendo.
Esas venas que tanto fuego han dado y esas médulas que con gloria han ardido forman parte esencial e inescindible de estas cenizas que hoy estamos atizando para reavivar el fogón. El peronismo, asumiendo lo mejor de su historia, la fuerza de su doctrina y este reciente pasado le encontrará nuevamente sentido a ese polvo enamorado capaz de reconquistar el fervor y los intereses de las grandes mayorías argentinas.
Buenos Aires, 8 de septiembre de 2016.
1http://fernandezbaraibar.blogspot.com.ar/2014/10/desde-el-el-17-de-octubre-al-siglo-xxi.html

2Renovar en la Unidad, http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-308680-2016-09-06.html

3 comentarios:

gabriel dijo...

Gracias por este aporte de claridad y sintesis en un momento donde una vieja, conocida "selva oscura" amenaza nuevamente los limites de la patria

Mariano dijo...

Me parece que la autocrítica es insuficiente y piadosa. El kirnerismo no fue un solo ciclo de doce años. Fue un ciclo virtuoso, seguido de una debacle sin rumbo ni ideas. Quiza lo que se pueda tener en común con la renovación peronista de aquellos años , es despegarse de los dirigentes que nos ahogaron en cuatro años de fracasos económicos sellados con un fracaso electoral y lo que es peor aíun , la pérdida de iniciativa opositora.

truonghieunghia dijo...

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