15 de marzo de 2015

Francisco en el Foro del Teatro Cervantes

El foro Emancipación e Igualdad convocado por el Ministerio de Cultura ha sido un notable éxito de participantes y de público.
Quienes militamos desde hace décadas en la tradición que se ha dado en llamar nacional y popular, en oposición a la tradición que también se ha dado en llamar progresismo, ambas con sus izquierdas y derechas, nos sentimos en principio un tanto marginados, en la medida en qué ninguno de los panelistas participantes nos representó. No incluyo, obviamente, como panelista, aun cuando su filiación a esta corriente es notoria, al dr. Aníbal Fernández, en la medida en que su participación tuvo un carácter protocolar en cuanto Jefe de Gabinete del gobierno nacional y no como intelectual expositor.
Pero este sentimiento de marginalidad, por lo menos en mi caso, cedió a una extraordinaria satisfacción cuando, junto a Leonardo Boff, Gianni Vattimo, Jorge Alemán y Horacio González se sentó el actual Canciller de la Pontificia Academia de Ciencias y de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, monseñor Marcelo Sánchez Sorondo. Posiblemente en pocas oportunidades el capricho de Clío ha sido más justo y equitativo.
Yo también considero pertenecer a una tradición caracterizada por el agnosticismo religioso. No soy creyente y mis convicciones están empapadas de un escepticismo religioso impregnado de ateísmo, si bien este no tiene una impronta militante de intolerancia religiosa. Pero la presencia de Marcelo Sánchez Sorondo en ese foro me equilibró los tantos. El hombre es argentino e hijo del pensador y político del nacionalismo argentino de igual nombre y hermano del escritor Fernando Sánchez Sorondo, poeta y novelista, autor de una de las más vibrantes novelas sobre las experiencias de un drogadito, “Ampolla”. Su padre, fallecido en el año 2012 a los 99 años de edad era hijo de un político conservador y Ministro de Interior de José Felix Uriburu, Matías Sánchez Sorondo. Fue uno de los más destacados voceros del nacionalismo posterior a la Revolución Libertadora. Por su periódico Azul y Blanco pasaron todas las plumas de esta corriente de pensamiento y a fines de la década del 60 fue secretario de redacción delmismo Juan Manuel Abal Medina, padre, quien en 1973 fuera Secretario General del Movimiento Nacional Justicialista y, en tal carácter, encargado de recibir, junto con José Ignacio Rucci, a Juan Domingo Perón en su regreso a la Patria.
Marcelo Sánchez Sorondo, padre, fue, en las elecciones de aquel año, candidato a senador nacional por el FREJULI, el frente que encabezaba el justicialismo, y debió enfrentar en un ballotage al candidato al mismo cargo por la UCR, el balbinista Fernando de la Rúa, quien finalmente resultó electo.
Un hombre perteneciente a esta tradición política y familiar fue, entonces, el encargado de traer al encuentro la representación y el mensaje de Francisco. El autor de la iniciativa no fue otro que el embajador argentino ante la Santa Sede, Eduardo Valdez, un hombre clave en la política tanto de Francisco, como de Cristina Fernández de Kirchner.
La presencia de monseñor Sánchez Sorondo y su discurso puso en la exitosa reunión -exitosa tanto políticamente como de público y de impacto en los sectores vinculados a la elaboración simbólico-intelectual- una perspectiva político-religiosa institucional, que expresaba la visión que el Papado hoy pretende desarrollar, tanto hacia adentro como hacia afuera de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. La presencia y la exposición del brasileño Leonardo Boff, notorio teólogo de la Liberación, trajo al foro la expresión de los movimiento de base eclesiales del Brasil y de América Latina. La del pensador, también católico, de inspiración marxista, Gianni Vattimo, aportó las preocupaciones más libertarias y antiinstitucionales de un sector del pensamiento europeo. Pero Sánchez Sorondo estaba ahí en nombre de la más antigua institución política de Occidente, que desde su propia definición -como con acierto lo observó Horacio González en su participación- disputa y se anticipó a la idea misma de globalización, de universalización. “Católica” es en griego, como se sabe, “Universal”, dirigida a todos los hombres, cualquiera sea su pertenencia étnica, lingüística o cultural. Lo de “Romana” es algo que también el propio Francisco ha puesto, de alguna manera en cuestión, al lanzar su “teología de las periferias”, que Sánchez Sorondo mencionó en su exposición.
En su breve exposición, improvisada, Sánchez Sorondo -quien, dicho sea de paso, vive en el Vaticano desde 1971- mencionó su relación con Juan Domingo Perón en el 73, cuando como consecuencia del triunfo electoral de Cámpora, y dispuesto a volver a la Argentina pidió una entrevista con Paulo VI, que no le fue acordada. Al pasar, el orador mencionó que Paulo VI no era muy simpatizante de los militares, dejando entrever una falta de interés en la reunión. Lo que sí mencionó Sánchez Sorondo fue su conversación con Perón, quien le manifestó con pasión y energía el maravilloso porvenir que veía para su patria y le profetizó el futuro de grandeza que avizoraba. “Lo que no pudo profetizar, dijo el prelado, es que habría un Papa que sería argentino” .
¿Por qué considero de tanta importancia la participación de este hombre en este foro? ¿Un hombre que ha vivido los últimos 43 años en la diplomacia vaticana? ¿Cuyos modales y estilo están tan alejados del espíritu jacobino de la tradición progresista académica argentina? ¿Un hombre que se preguntó, al empezar su discurso qué hacía acá? Porque su presencia, con su prosa cuidada, con su estilo carente de adjetivos y su elegancia clerical, es el testimonio más claro de una política, la de CFK y la de Francisco, que asume al pueblo de nuestro continente, sin ideologismos a priori, sin abstracciones deshumanizantes, con su larga tradición religoso-cultural como el protagonista de esa preocupación por “las periferias” que ha permitido un compromiso latinoamericanista con vocación universal que no tiene precedentes en nuestra historia.

Nos hubiera gustado escuchar a Norberto Galasso en ese ámbito, nos hubiéramos sentido contenidos con la presencia de Osvaldo Guglielmino. Pero este singular, extraordinario debate, que integra las dos grandes vertientes ideológicas de nuestra emancipación, me ha dejado la convicción de que estamos en una marcha grande que nos incluye a todos. Y que no nos equivocamos cuando salimos a sostener, incluso contra algunos amigos, a Jorge Bergoglio.

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