1 de agosto de 2016

La entrevista de Cristina Fernández de Kirchner con Roberto Navarro



Finalmente, Cristina Fernández de Kirchner fue entrevistada frente a frente por el periodista Roberto Navarro. El encuentro fue largo, amplio y bastante exhaustivo. Es decir, tocó buena parte de los temas que preocupan a los ciudadanos y algunos que preocupan a sus seguidores más fervorosos. Y dejó de tocar otros, por prudencia política en algunos casos, y por astucia, en otros.
Es necesario reiterar aquí lo que dijimos con respecto a Cristina en la entrevista con algunos corresponsales extranjeros: es muy difícil sustraerse a la admiración intelectual que produce esta mujer. Lo primero que impacta a un espectador es eso, su prodigiosa memoria en cuestiones de detalle, su permanente manejo de lo que está diciendo -no habla para llenar el silencio-, su visión del conjunto político, nacional, latinoamericano e internacional, y su capacidad para transmitirlo. Una sola de esas virtudes ya bastaría para convertirla en una figura destacada. La suma de ellas, más su gestión presidencial, la han convertido en la principal figura política del país, con una presencia -positiva o negativa, no importa- en la opinión pública solo comparable a la del presidente.
De modo que estas reflexiones surgen sobreponiéndose al, insisto, magnetismo que provoca su personalidad.
La entrevista con los corresponsales extranjeros -casi podríamos decir latinoamericanos, ya que la representante de Al Jazeera, la única agencia extracontinental presente, es argentina-, en mi opinión, intentó dirigirse al público extranjero y, casi diría, a los políticos extranjeros, a quienes fueron sus interlocutores durante ocho años de gobierno, defendiéndose de los mendaces ataques de la prensa monopólica y del sistema judicial corporativo.
Por el contrario, esta entrevista estuvo claramente destinada al público argentino. Intentó, en mi entender, hacer conocer qué piensa, cómo ve el presente, el futuro inmediato y qué papel cree que le compete en estos tiempos.
Respecto al gobierno y a sus políticas, Cristina hizo hincapié en los efectos económicos desastrosos que las medidas oficiales tenían en la vida de los argentinos. Defendió, obviamente, su administración y el núcleo central de sus políticas de gobierno, reivindicando una política que caracterizó como capitalista, de desendeudamiento, de reindustrialización y crecimiento del consumo interno. Ratificó sus políticas de subsidios sobre los servicios esenciales -electricidad y gas- y rechazó las críticas acerca tanto de la inflación como de la corrupción durante sus gobiernos.
A una pregunta de Navarro sobre algún tipo de autocrítica a los aspectos económicos de su gestión, Cristina eludió la respuesta y se refirió a cierta mala relación con el mundo empresarial.
En el plano político, los puntos más destacados, en mi opinión, fueron:
Primero que todo, su afirmación de que no tiene planes. Más allá del carácter personal que le dio a esta reflexión, creo que la expresión, de boca de una política avezada y astuta, tiene el sentido de un “iremos viendo”. La realidad le irá aconsejando que papel cumplir, dónde y cómo jugar.
Su rechazo a ser oposición y su deseo de construir poder de masas. Con esto, creo, aleja toda idea de convertirla en conductora, ya sea del peronismo, como de la oposición en general. Como hemos dicho en otra oportunidad, Cristina es la dirigente con mayor perspectiva de votos, cuya opinión, gestos y movimientos generan hechos políticos y con el activo de seguidores más importante. Pero no se ha propuesto ni quiere conducir otra cosa que no sea su espacio.
Su idea acerca de que los límites para esa construcción es el mapa y los genocidas. Esto abre un interesante espacio para la reorganización política y las alianzas en vistas a las elecciones de 2017 y vuela por los aires el esquematismo que impregnó la política entre los militantes del kirchnerismo en los últimos meses.
Su escasa consideración acerca de las estructuras políticas vigentes, tantos sea políticas como sindicales. Con respecto al movimiento sindical, la comparación con el accionar de los estudiantes secundarios y su idea acerca de que los dirigentes gremiales dejan mucho que desear, aunque hay excepciones, ratificaron la poca importancia que la ex presidenta otorga al movimiento obrero. En este punto, el mensaje que quedó de sus palabras es una mayor confianza en la aparición de movimientos de base de tipo asambleístico que en las organizaciones gremiales.
Este último es, sin duda, uno de los puntos de mayor conflictividad en el seno del movimiento nacional y popular, en general, y del peronismo en particular. Cuando es evidente que se está haciendo un verdadero esfuerzo por encontrar puntos de coincidencia que permitan unificar la organización de los trabajadores, cuando se habla de una convocatoria a una huelga general -que el propio Roberto Navarro mencionó en el reportaje- esta pertinacia en el juicio crítico a los sindicatos y sus direcciones -elegidas, como se sabe, por sus propias bases- aleja a un actor principalísimo en la construcción de esa mayoría y descoloca a los dirigentes amigos o con simpatías con su persona en la discusión interna del sindicalismo.
En suma, en mi opinión, la entrevista aclara y consolida nuestra apreciación anterior acerca de su intención de no incidir en el movimiento peronista, en su voluntad de construir un nuevo espacio y en su apelación a formas no organizativas de luchas de tipo asambleístico y de base.
Consolida también la impresión de que la ex presidenta sigue estando muy por encima del promedio de los políticos argentinos.
Buenos Aires, 1° de agosto de 2016

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